
HEMOFILIA
El estruendo me hizo despertar bruscamente. Una tenue
luz entraba por la ventana proyectándose en el cristal de la vitrina. Me asomé
con miedo infantil a la puerta, pero me abstuve de abrir y lo que hice fue
correr las cortinas de una de las ventanas. Repentinamente unas sombras pasaban
veloces por la calle, casi no podía ver de qué se trataba. Corrí a la otra
ventana para aprovechar el ángulo y ver mejor. Resultaba casi imposible la
visión, así que decidí salir para percatarme de lo que sucedía.
Lo primero que noté fue la soledad que imperaba, algo
muy raro.
Me detuve en la calle Primera buscando una orientación
más precisa, y al voltear, quedé boquiabierto al ver que la misma, estaba plagada
de perros. Si fuese a escribir una
historia de miedo, comenzaría por; ‘’Esa noche, los perros invadían la ciudad,
parecían venir del cementerio’’. Sería un gran argumento, porque conforme
caminaba aparecían más perros. Lleno de asombro, miré a uno de ellos en cuyos
dientes se reflejaba la luna, fue entonces cuando corrí, pero mi error fue que
por el miedo, lo hice contrario a mi casa. Corrí con esfuerzo vano. No se
divisaba ni una persona, un transeúnte, alguien que saliera del Bar. El vacío
de gente era absoluto. Tomé la calle Segunda tratando de huir de los canes
aparentemente poseídos, no hallo una forma de explicar las facciones de sus
horrorosas caras. En un descuido, uno de ellos logró morderme mientras que otro
desgarraba mis ropas a dentelladas.
Era algo horrible, por más que intentaba, no lograba
zafarme de las mortales mordidas. Grité por auxilio pero era como si los perros
hubiesen tomado el control de todo. Con un pedazo de metal logré deshacerme de
mis agresores, y casualmente, vi una casa con la puerta entre abierta, y sin
pensarlo dos veces, entré. La pérdida abundante de sangre hizo que me desmayara
al entrar. Mis pesadillas han escapado de mi mente –pensé en medio de la
desesperación-. La sangre comenzó a mojar la alfombra que adornaba la casa.
Volví a pedir auxilio pero me respondió mi propia voz.
Miré que mi pierna izquierda estaba
ensangrentada. A rastras, logré sentarme
sobre un sofá y tomar el teléfono. Marqué a mi casa con la esperanza de que mi
mujer contestara, pero la voz que me atendió no hizo más que reír burlonamente.
Por un momento creí enloquecer, ¡esa es mi voz! El auricular se me resbaló de
las manos y todo comenzó a darme vueltas. ¿Esto será un mal chiste? ¿Se tratará
en verdad de una simple y estúpida pesadilla? Pensé-.
La espesura de la noche podía cortarse
fácilmente. Afuera, los perros aullaban como lobos, me resultaba increíble
aceptar lo que ocurría. Mi inquietud no estaba fundamentada en la posibilidad
de terminar hecho trizas por los cuadrúpedos, sino en que algo le pudo haber
pasado a mi esposa porque alguien estaba en mi casa, alguien imitando mi propia
voz. Me levanté del sofá con la intención de salir de la abandonada casa. Bajo
los efectos del mareo, como pude, llegué hasta la puerta. El estruendo fue
mayor esta vez, y la herida aun sangraba sin cesar. El miedo a morir comenzó a
embargarme de forma desmedida, como si lanzaran baldes de agua helada sobre mi
cuerpo. ¿Cómo puede uno explicar tal sensación sino es palpando la misma muerte
y su delirio?
No logro desasirme
del horror. La idea de que soy el único que ha quedado en la ciudad, no es para
creerse héroe, como mucho menos la intención de la muerte, de sorprenderme en
este lugar. Al tomar el manubrio de la puerta, una duda sospechosa me embarga,
apuntala mi corazón. ¿Y si los perros están a la espera de que salga para
devorarme? Pero algo me decía que debía salir de aquí lo más rápido posible,
que mi mujer necesitaba ayuda ya que soy el único que ha quedado. Impulsado por
estos pensamientos, me llené de valor y abrí la puerta.
A lo lejos, algo
se desplazaba sospechosamente. Con el manubrio en la mano, por si acaso algo
pasaba, salí. Noté que el ruido provenía del edificio que aloja el manicomio, el cual estaba en completa
oscuridad. Como eco, una voz grave quebró el silencio -será mejor que no vaya
usted allí, justamente fue donde inició todo esto-. Mi estado de perplejidad
creció cuando volví el rostro. Un ser mitad hombre y mitad perro era el que
hablaba. El corazón no pudo soportar, se detuvo al instante.
Cuando abrí los
ojos, Lucrecia, quien es enfermera de manicomio, estaba a mi lado poniendo un
torniquete sobre la herida de mi pierna derecha, mientras Newton lame la
rodilla izquierda.