Luego de la llovizna
vegetal y saberse extraviado, aquel hombre se levantó del ahuecado árbol. La
maleza ofrecía su olor. Al fondo el apagado sol iluminaba la extensa sabana
envuelta en un intranquilo silencio. La noche se avecinaba con sus trazos grises en el
cielo. Conforme avanzaba, más le traicionaban los nervios. Solo imaginar que la
noche le sorprendería en medio de ese bosque despertaba viejos miedos. La luna
parecía colgar de los frondosos y gruesos árboles ofreciendo un horroroso espectáculo en donde
las aves nocturnas batían sus alas. Caminó sin rumbo por horas adentrándose más
en la zona boscosa dando con un estrecho camino que le llevó a una casa. El
corazón le saltó de felicidad, pues, en kilómetros a la redonda no había un
lugar en donde pudiese pasar la noche ante la realidad de saberse perdido. Se
detuvo al acercarse a la puerta y ver que un humo comenzaba a salir. El
interior se iluminó repentinamente. Comenzó a sentir un raro aire que parecía
subir y bajar por la espina dorsal. Todos sabemos que en la mente suelen
formarse mundos y monstruos, seres malignos dispuestos a salir de algún lugar
de entre las sombras para atacarnos. Así
es el miedo.
Alguien le
advirtió que no se alejara demasiado del grupo si no quería perderse por los
laberinticos caminos. Al volver el
rostro vio en los ojos del chofer una preocupación que llamó su atención, como
si le conociera lo suficiente para sentirse triste si algo le llegara a pasar. La
otra parte del grupo decidió obedecer las reglas descritas en el mural del
hotel. Como amante de la naturaleza, se dejó envolver por el olor de las
plantas. Se sentía abstraído por los bellos recuerdos de la niñez que le
asaltaron cuando solía correr por entre los valles y montes del campo. Fue una
extraordinaria época, de hecho, le
gustaba viajar con su padre a Jupasa para observar los verdes prados y largas palmeras que se alzaban lejos de la
carretera. Le era un hermoso espectáculo todo aquello, fue justamente ese olor el que le trajo a este
lugar alejándose de los demás. Quizá si hubiese hecho caso al chofer, pero qué hacer cuando se conjugan emoción y
realidad. Al tocar la puerta la luz aumenta como si alguien estuviera esperando
a una persona. El croar de lo que se supone sean ranas era insoportable al grado
de aumentar más la tensión. Empujó la puerta despacio para entrar, el frío
calaba los huesos. El interior estaba cálido, muy agradable comparado a la temperatura
existente afuera. Estuvo de pie en medio de la sala esperando ver a la persona
que encendió la luz. Era evidente que la casa no estaba sola como supuso
momentos antes de entrar. Se acercó a la mesa buscando calentar las manos que
parecían endurecidas por el helado viento del bosque. Llamó repetidas veces,
pensó que a lo mejor las personas que viven allí saldrían por un momento en
busca de algo para comer por lo que decidió sentarse a esperar.
“No
es bueno que se aleje usted mucho señor, estos sitios son medio grimosos desde
que cae la tarde”.
Las horas pasaban y terminó dormido,
vencido por el cansancio, no sabe cuánto caminó pero fue suficiente como para
provocar el dolor en los pies. Un sonido de muchas alas llenaba el espacio
nocturno. El encabezado del periódico comenzó a rebotar en su cabeza.
“¡DESAPARECE
JOVEN!
ES LA QUINTA EN MENOS DE QUINCE DIAS”.
En ese momento le asaltaron las palabras
del guía.
“Anoche
se escucharon truenos como si el estómago de un ser maligno estuviera
gruñendo”.
Se levantó de la
silla un poco nervioso. Ese aleteo parecía acercarse más a la casa. Casi se
podía sentir. El miedo que le embargaba impedía que viera por las ventanas
hacia afuera, tuvo la sensación de que allí, en la espesura del bosque yacen un
montón de degenerados espíritus. Con pasos rápidos fue hasta la habitación, se
sentía desquiciado, como si una fuerza sobrenatural le hubiese poseído. Volvió a
gritar solo para convencerse de que no había nadie en la casa. Que la casa
estaba abandonada, pero entonces ¿quién encendió la luz? ¿De dónde venía ese
humo? Se atrevió a mirar por la ventana. Nunca había presenciado algo similar,
ni aun en sus andanzas por los montes a pesar de los cuentos que siempre ha
escuchado sobre muertos y cosas similares. Aquello que estaba ante los ojos de aquel hombre no
era algo que pudiera ser aceptado por la lógica humana. ¡Nada que ver! Lo que
estaba ahí afuera se movía veloz entre los árboles y toda esa maleza que
llenaba el derredor de la casa. Al pasar sobre los rieles recordó que el
conductor dijo algo sobre una persona que vivía apartada de todos por sufrir
una rara enfermedad. Un graznido llenó el
silencio congelando sus arterias. Ni el más intrépido hombre se avecinaba a
caminar por estos lares siniestros plagados de animales rastreros y no se sabe
qué otras cosas. Como un pensamiento esperanzador se preguntaba si le echarían
de menos en el hotel o el autobús. Un golpe seco en la puerta le hizo creer que
el dueño de la vivienda habría vuelto por lo que corrió a abrir al recién
llegado… sintió derretir el corazón como cera ante la
desesperación y el miedo de ver que no había nadie. Gritó como loco en medio de la angustia. La noche parecía
interminable. No le desearía esto a nadie.
-“Mi
querido amigo, no creo en esas cosas, pero de todas maneras, muchas gracias”.
-“Señor,
debería usted creer, porque el Diablo cree en usted”.
Es algo
irremediable, saber que se ha buscado esa situación, en donde el
tiempo corre lento y nadie sabe si vive o está muerto, donde nadie vendrá por él, en donde sabe que ese maldito lugar será su celda, porque es evidente que
hay algo allá afuera que en cualquier momento entrará y quizá lo tome por
esclavo suyo, o a lo mejor le mate. Sabe que en cualquier momento esa puerta se
abrirá dejando entrar a no se sabe qué, pues escuchó en boca de los empleados del
hotel que los restos hallados de la joven demostraban la celebración de un raro
ritual.
“Un
hombre al que llamaban Ricardo Mans construyó una pequeña vivienda lejos del
pueblo hace unos años, quizás evitando ser encontrado. Era un hombre extraño
que supuestamente bregaba con cosas raras, usted sabe, espíritus malos y…”
El extranjero le
hizo reflexionar. No había dudas. Es a lo que el conductor se refería al
abordarlo cuando bajó del autobús. Escuchó que en el Dajao, había un
lugar en donde se hacía extrañas sesiones, canalizaciones espirituales y que
usaban osamentas para supuestamente invocar espíritus malignos. Todo ese
espesor de niebla y el frío calando los huesos tienen una explicación. Entiende
ahora el por qué de su estado desquiciante, sabe que es imposible que salga de allí y aun si así fuera, no iría muy lejos ante la segura existencia de un ente
diabólico que anda entre los grotescos matorrales que parecen abrazar la casa.